jueves, 5 de marzo de 2009

El humor judío

Si a nadie le molesta, voy a empezar esta post con una cancioncita.

"Fregt di veldt ain alte kashe: traidaraderidirom...
Entfer men: traderidirairom, oy!, oy!... tradiridirom...
Und az men vil ken mej doj zogn: tradirom...
Blaibt doj vider di alte kashe: traidaraderidirom..."
(El mundo hace una vieja pregunta: traidaraderidirom...
Se le contesta: traderidirairom, oy!, oy!... tradiridirom...
Y si uno quiere, incluso puede decir: tradirom...
Sienmpre queda la vieja pregunta: traidaraderidirom...)

La obligación de los artistas no está en responder preguntas, sino en hacerlas.
El arte no consiste en responder, sino en preguntar.
Para decirlo desde una posición parafilosófica: sólo los sabios, los genios y los profetas saben las preguntas, pero tambien saben que no saben las respuestas. En cambio, cualquier shmock cree que sabe las respuestas y las preguntas ni le interesan.
Y no sólo eso, sino que cuanto más shmock es, más seguro está de eso.
Por ejemplo, cualquier shmock sabe que cuatro es la respuesta adecuada a la pregunta ¿cuanto es dos más dos?
¿Que porqué lo sabe? ¡Porque la pregunta es una pregunta idiota!
Y si no, hágansela a cualquier economista, preferentemente de la escuela de Chicago. Les va a sacar la calculadora, no la va a prender, porque la lleva siempre prendida y les va a decir no sólo que dos más dos es cuatro, sino que no hay ninguna posibilidad de que sea otro número.
Ahora, si la pregunta es un poco mas profunda, como, por ejemplo ¿y porqué dos más dos es cuatro? ya hace falta ser un poco menos economista y un poco menos shmock para contestar, por ejemplo ¿y cuanto querés que sea? ¿once?
Claro que los sabios, los genios y los profetas, sospechan que la respuesta correcta podría ser ¿cuatro? ¿Y de donde sacaste que es cuatro?

Bien. Hablando de preguntas y respuestas, acá viene una pregunta sencillita: ¿qué es el humor judío?
Pero creo que antes de hacerse este pregunta, hay que hacerse otra, no muy original por cierto, ya que fué preguntada miles de miles de millones de veces, como lo dice la cancioncita del principio.
Esa pregunta es: ¿qué es ser judío?
Preguntada, miles de miles de millones de veces.
Respondida, muchas veces mal y muy pocas veces bien.
Pero esas esas pocas, que yo sepa, respondida con humor.

¿Quién es judío?
¿Alcanza con que tu mamá sea judía?
Y tu abuelita, ¿influye o no?
Si no fuiste a la escuela judía, ¿sos o no sos?
¿Hiciste barmitzve?
¿Con qué rabino?
¿Con cual???
Si fué con ese rabino, entonces no sos judío...
¡Ahhh! ¿Fué en el Sheraton? ¡Entonces sí sos judío..!
Y así per omnia saecula saeculorum, ad nauseam et ad infinitum, para decirlo en idisch.

Shimon Peres dice que judío es aquél que logra que los hijos de sus hijos se sientan judíos. Respuesta bellísima en su inmensa simplicidad y no exenta de humor, ya que hace como que ignora las bizantinas y rebuscadas razones de tantos sectarios.
Cuando Hillel le responde al griego que lo desafía a explicar que es el judaísmo mientras hace equilibrio en una sóla pierna, que judaísmo es no hacerle al prójimo lo que no quieres que te hagan a ti, y el resto es sólo comentarios a esta frase, no sólo le está dando una respuesta correcta: tambien le está dando una respuesta llena de humor.
Es la respuesta de un sabio, de un rabí.
Pero tambien hay otras respuestas.
Por ejemplo, las de los shmocks.
Por ejemplo, la mía.
A veces, en medio de la eterna polémica con la que sufrimos y disfrutamos tanto los judíos, me agarra un ataque de simplificación y me respondo a mí mismo: no, no somos una raza. No, no somos un pueblo. No, tampoco no somos simplemente una religión, ni solamente una tradición, ni nada más que una cultura.
Somos todo eso y más; somos una weltanschauung, una cosmovisión, una manera de ver e interpretar al mundo: la manera judía.
Y para mí, lo curioso del humor judío es que es una weltanschauung dentro de una weltanschauung. Una manera de ver el mundo dentro de la manera judía de ver al mundo.
El humor judío no es un hecho humorístico, sino una preciosa herramienta de supervivencia.
Los judíos siempre contestamos a una pregunta con otra pregunta.
Es que los judíos somos una pregunta.
Tengo un libro que relata la vida judía en el mundo del fin de siglo, a través de tarjetas postales. En la tapa del libro hay un dibujo extraído de una de esas postales, un dibujo de un signo de interrogación. Sólo que el signo es un viejo judío encorvado sobre sí mismo, y el punto del signo es el planeta sobre el cual está parado.
Lo primero que uno piensa es que el viejo se está preguntando ¿quién soy?. Enseguida, uno dice no: lo que está pensando es ¿porqué soy?.
Pero inmediatamente uno se corrige y piensa que lo que en realidad piensa el viejo judío es ¿y porqué no?.
Y así uno sigue pensando y pensando todas las posibles preguntas, durante toda la vida hasta que, sin darse cuenta, se transforma en ese mismo viejo judío. En ese mismo signo de interrogación.
Gracioso, ¿no?

Sobre la conocida avaricia de los judíos.

¿Porqué dicen los que dicen que los judíos somos avaros?
Es que en el destierro, en Babilonia, adonde nuestra única riqueza era el recuerdo de la patria perdida, ¿no fuimos acaso capaces de compartirla hasta con nuestros propios sometedores, fundando en esas tierras la más notable escuela del pensamiento de la época?
Y en Egipto, ¿no compartimos la esclavitud con africanos y asiáticos, idólatras y paganos, así como compartimos con ellos el hambre y las pestes?
Bajo sirios, griegos, romanos y turcos, ¿no fuimos capaces de compartir la misma falta de libertad con otros pueblos conquistados y sometidos por esos invasores ?
En la losa de Sevilla y en los demás quemaderos de la inquisición ¿no compartimos los más preciados tesoros - nuestras creencias y nuestra fe- con todos los otros amordazados y quemados del mundo?
En Polonia, en Ucrania, en Rusia, en Francia, cuando curas fanáticos y cosacos borrachos de sangre empujaban a las multitudes ignorantes a celebrar infinitos pogroms ¿no compartíamos con esas mismas multitudes el ser tratados como bestias por los señores que reinaron durante siglos?
Y en Treblinka-bendito sea el nombre del Señor- y en Auschwitz-bendito sea el nombre del Señor- y en Bergen Belsen y en Mauthausen y en Maidanek- bendito, bendito sea el nombre del Señor- ¿no compartimos la misma catástrofe con gitanos, católicos, homosexuales, comunistas, pensadores y otros santos indeseables?
Y en los años más oscuros de la Argentina, ¿no compartimos los judíos con otros niños, jóvenes, mujeres y ancianos el trágico honor de constituir la más alta proporción entre los torturados, asesinados y desaparecidos?
Digo todo esto, porque tanto cuando perdimos el templo, como bajo el faraón, los emperadores y los inquisidores, cuanto en los ghettos del mundo y en los campos de exterminio y en las cárceles de las dictaduras, despojados de bienes físicos, incluyendo el más sagrado-la vida- nos tocó compartir la única posesión que nos quedaba con todos los que sufrían a nuestro lado: nuestra identidad de judíos, la única riqueza permanente e inmutable que tuvimos y tendremos.
La misma riqueza que compartieron un Cohen de Bulgaria con un Kahn de Berlín con un Sacerdoti de Ferrara; la misma que une para siempre a un Levi de Aleppo con un Levinas de Vilno con un Escribano de Toledo;
la misma riqueza eterna que desean destruir-en vano-quienes nos han perseguido y nos siguen persiguiendo no porque seamos lo que ellos dicen que somos, sino porque siempre hubo, hay y habrá judíos insobornables frente al dolor ajeno.
Esa generosidad inapreciable, que no avaricia, constituye- quizás- la base de la identidad judía; viva e intacta no sólo por nuestra historia o nuestras convicciones religiosas, o su falta, sino por la certeza de que ella existe en nosotros, en mí; que existe en los millones de judíos orientales, occidentales, rubios o negros, creyentes o ateos, pobres o afortunados; porque nuestra identidad judía fué construída durante cientos de generaciones con una argamasa única entre los pueblos de la tierra: la solidaridad de quienes, a pesar de parecer tan distintos, somos tan iguales.
Y que igual de iguales tenemos que considerar a los demás.

El problema de quedarse sin problema.

El Problema se vive como una Enfermedad que hay que curar rápidamente para volver al estado de Salud.
Este es un error causado tanto por la Angustia que plantea el estar frente al Problema, como por la Creencia de que lo mejor es vivir en un estado de Solución.
Ambos planteos parecen ser incorrectos, ya que lo que verdaderamente causa Angustia no es el Problema, sino la Ausencia del Problema, porque -paradojalmente- la existencia del Problema es la Solución.
Y creer encontrar la Solución no es otra cosa que no poder resolver el Problema.