martes, 28 de octubre de 2008

La posición del bebé

"Mi educación fué perfecta, hasta que me mandaron a la escuela".

No recuerdo quién escribió esta frase, a la que suscribo. Puede haber sido Bernard Shaw, Wilde o Chesterton; no tiene importancia cual de ellos. Lo que sí importa es que defina tan sintéticamente la represión que esta cultura judeo-cristiana nos ha impuesto para que no seamos capaces de ver al mundo como realmente es, sino según las reglas con las que debemos verlo.
Cuando en la escuela primaria miraba una proyección Mercator de la Tierra, no podía entender cómo, teniendo Groenlandia una superficie tan pequeña como la que figuraba en el libro de geografía, aparecía tan grande en el mapa.
Recién cuando aprendí cómo se hacía una proyección Mercator (proyectando radialmente la superficie de un esfera sobre un cilindro que la envuelva), entendí la deformación de la realidad del globo terráqueo. Y para poder ver esta realidad, era necesario quitar el cilindro. En otras palabras: sacar el texto para poder ver el contexto.
Pero romper la proyección no nos hace descubrir la realidad, sino meramente otra representación (el globo). Lo que hemos hecho es cambiar una imagen estereotípica por otra más cercana a la realidad.
Una de las claves del trabajo creativo consiste en poder separar el texto del contexto para poder entender cada uno por separado, sin que la presencia del otro nos confunda.
O rasgar la imagen estereotípica del problema para intentar ver la realidad con una máscara menos.
Este proceso es válido para todas y cada una de las etapas de la creación: desde al acercamiento al problema hasta su solución, pasando por su comprensión, la inmersión en él, su cuestionamiento, su destrucción y su reformulación.
Pero para esto hace falta una gran dosis de coraje, ya que estaremos aproximándonos peligrosamente a la verdad.
Y esto no suele ser fácilmente perdonable en este mundo tan bien educado.
Tambien me resultó siempre intrigante y fascinante ver a un bebé que está aprendiendo a caminar, parado con sus piernas abiertas y mirando al mundo a través de ellas.
Todos los bebés hacen esto.
La alegría que les causa esta posición siempre fué interpretada por sus madres ( ya educadas y, por consiguiente, arruinadas) como un jueguito inocente.
Yo prefiero imaginar que el bebé está tratando de ver al mundo como realmente es, despojado de los estereotipos con que los mayores lo han deformado.
Un diseñador me enseñó a mirar así las fotos, ilustraciones o diseños gráficos: invirtiéndolos, uno relega a un segundo plano su estética y la impresión subjetiva que pueda causar y puede ver el equilibrio o desequilibrio del contexto sin que su contenido modifique esa percepción. Recién después se podrá mirar la imagen (o el texto).
Lo que uno intenta procediendo así, es desprenderse del estereotipo que indefectiblemente inunda a las cosas cuando vemos su imagen y no a ellas.
Aunque lo máximo que se puede pretender es reemplazar a ese estereotipo por otro más honesto.
Sería demasiado soberbio pensar que así se llegará a la verdad.
De todas maneras, si uno lo logra, es mejor que se compre un caballo veloz.

La Panamericana A.M. (antes de Macri)

El Gran Buenos Aires es enorme: casi trece millones de habitantes.
La pampa tambien es enorme: cerca de cincuenta millones de hectáreas.
Y los límites entre ambos son imprecisos.
En el medio de esa imprecisión nació la Panamericana, la ruta que iba a unir a todas las Américas, desde Tierra del Fuego hasta Alaska, objetivo fraterno y loable que seguramente se alcanzará, ya que en los últimos treinta años se han construido nada menos que 300 kilómetros.
Antes, la Panamericana era una asquerosidad. Hace unos pocos años, un gran empresario reorganizó y modernizó esa asquerosidad.
Antes, nada avanzaba, porque todo era gratis. Ahora usted va y paga peaje al futuro.
Todo muy lindo.
Pero se ha perdido el espíritu.
Antes de la privatización, todo argentino perjudicado por la crisis (me refiero a la crisis permanente y no a una de las miles de crisis en particular) podía salir de ella haciendo negocios en la Panamericana.
Por ejemplo: ¿usted quería vender su viejo auto pagando una comisión insignificante? Al borde de la Panamericana funcionaba un extraordinario mercado gitano no autorizado, no oficial, no legal y completamente clandestino en el que vendían sus autos viejos hasta los jueces de la Nación.
¿Usted necesitaba carbón o leña para el asado, ó mangueras para regar el césped de su casa del country? Al borde de la Panamericana se conseguía todo eso, y si la compra incluía, además, zapatillas para los chicos, había un descuento del 15%.
Por una de esas casualidades, ¿no necesitaba un hacha? Ya sé que no es una necesidad frecuente, pero les juro que en el kilómetro 16 y medio, sobre el costado derecho, había un señor con una camioneta Willys '47 toda podrida, llena de hachas de simple y doble filo.
¿Su señora quería comprar frutillas para el postre y usted moría por ir a pescar al riacho del kilómetro 47? Cuatro kilómetros antes de ahí, había un cartel que, con una ortografía atroz, ofrecía "lumbris y frutilla".
Espero que ningún cliente de ese puesto haya cometido jamás equivocaciones entre su hobby y su postre.
La Panamericana era interminable. Al atardecer, bandadas de jóvenes se dedicaban a colgar gruesas tuercas de finísimos hilos de nylon en los puentes, así cuando usted paraba porque su parabrisas acababa de explotar, lo podían asaltar sin mayor violencia que la estrictamente necesaria.
Parrillas instaladas a medio metro de donde pasaban camiones a 150 km. por hora y en donde la intoxicación que podía agarrarse con chorizos era tan grande que cuando subía de vuelta a su auto, no tenía ni tiempo a poner primera, que ya estaba definitivamente muerto.
Barriletes que se exhibían volando justo frente a la cabecera de la pista de aterrizaje del aeródromo de Don Torcuato y cuando los aviones cruzaban la Panamericana para aterrizar, embestían los barriletes y causaban unos accidentes maravillosos.
¿Quería arreglar el lavarropas? ¡La Panamericana! ¿Quería conseguir una sirvienta paraguaya? ¡La Panamericana! ¿Quería enganchar un travesti? ¡La Panamericana! ¿Quería comprar canarios, loritos, perritos, gatitos, hamsters, cabritos, burros...? ¡La Panamericana! Y lo mejor de todo: ¿quería matarse, suicidarse y reventarse? ¡La Panamericana!
Putamadre. Lástima que la privatizaron.