miércoles, 18 de febrero de 2009

Pacifismo contra viento y marea

Como siempre, Alicia Dujovne Ortiz escribe con cabeza y corazón sincronizados.

Los pacifistas israelíes que marchan junto a los pacifistas palestinos, en Tel Aviv, en Jaifa o en Ber Sheva, saben lo que dicen. Ellos no hablan "desde la Biela", como dice uno de mis amigos, sino desde el terreno. Al hablar desde el único sitio que da derecho a hacerlo, conocen la existencia del Corredor Philadelph, donde cientos de túneles subterráneos, construidos a lo largo de años en la frontera de Gaza con Egipto, sirven para transportar armas, cigarrillos o ganado, pero también para que pasen las brigadas Ezzedin al Qassam, brazo armado de Hamas, que a través de ellos sale a entrenarse en Líbano e Irán.

Los pacifistas israelíes tampoco ignoran que, durante ocho años, mientras Hamas disparaba más de ocho mil misiles, cada vez más dañinos y de mayor alcance, sobre poblaciones civiles israelíes -años durante los cuales Israel edificó centenares de refugios blindados y sistemas de alarma-, en Gaza no se previó ninguna protección para nadie. Muy por el contrario, están al tanto de lo denunciado por médicos y periodistas de Gaza, lo bastante animosos como para abrir la boca: que durante los últimos acontecimientos, los militantes islámicos les impedían dejar sus casas y las ocupaban para disparar desde los techos, aunque ellos intentaran defenderse clavando tablones para impedirles la entrada. También conocen la respuesta de los "soldados de la guerra santa": "¡Traidores! ¡Colaboracionistas de Israel! ¡Espías de Fatah! ¡Cobardes! Van a morir de cualquier modo, igual que nosotros. Combatiendo a los judíos sionistas estamos destinados al paraíso, ¿no les basta con eso?"

Los pacifistas israelíes tampoco ignoran que esos soldados son pibes de dieciséis años mandados a la muerte. "No podían hacer nada contra los tanques y los jets, pero querían que nos dispararan a nosotros para acusar a los israelíes de crímenes de guerra -sostuvieron esos habitantes de Gaza, siempre según una nota del Corriere del la Sera, que los pacifistas israelíes ni habrán necesitado leer-. Prácticamente todas las casas más altas de Gaza alcanzadas por las bombas israelíes tenían sobre el techo rampas lanzamisiles, o eran puntos de observación de Hamas, emplazados cerca del depósito mayor de la ONU que después se incendió". Y hablando de la ONU, los pacifistas israelíes también se habrán enterado de que esa organización acaba de acusar a Hamas de robarse la ayuda humanitaria enviada, y de que, "con mucho enojo la organización internacional ha cortado los envíos de alimentos y mantas hasta que Hamas no dé garantías creíbles de que dejarán de robar".

¿Qué se hace con un adversario que provoca y tiende trampas, como siempre se ha hecho en la guerra de guerrillas, con la diferencia de que este pequeño David no sólo no tiene miedo de que Goliat lo mate, sino que lo busca y lo desea? La respuesta de los diez mil pacifistas israelíes y palestinos que desfilaron en Tel Aviv, y de otros miles que lo hicieron en el país, enfrentando todos la acusación de traicionar a su patria, no puede ser más clara: abstenerse de entrar en lo que el escritor israelí David Grossman llama "la terrible lógica de la fuerza y la dinámica de la escalada".

Las distintas agrupaciones y ONG que en Israel defienden a ultranza la utopía de la paz ya tienen sus años. Algunas de ellas son Mujeres Construyendo una Nueva Realidad -un diálogo entre mujeres israelíes y palestinas-, serie de seminarios que se realizan en el Centro de Entrenamiento Golda Meir, de Monte Carmel; Guisha, una ONG fundada en 2005 que se propone proteger la libertad de movimiento de los palestinos, especialmente de los residentes en Gaza; Médicos por los Derechos Humanos de Israel, fundada en 1988 para luchar por el derecho a la salud; Yesh Din, fundada en 2005, que se ocupa de evitar las violaciones de los derechos humanos de los palestinos; B´Tselem (Centro Israelí de Información para los Derechos Humanos en los Territorios), establecido en 1989 por un grupo de prominentes académicos, abogados, periodistas y miembros del Knesset para ayudar a crear una cultura de derechos humanos en Israel; Gush Shalom, la más batalladora, que busca influir en la opinión pública israelí para lograr que se regrese a las fronteras de 1967 y se decrete a Jerusalén como capital de dos estados; o la Coalición de Mujeres por la Paz, fundada en 2000, tras la segunda intifada, compuesta por mujeres independientes y por diez organizaciones feministas.

Pero el movimiento pacifista más antiguo de Israel es La Paz Ahora, fundado en 1978, durante las negociaciones entre Israel y Egipto. En ese momento, 348 oficiales y soldados del ejército israelí publicaron una carta abierta al primer ministro de su país, apoyada por miles de israelíes.

Uno de los fundadores de La Paz Ahora es el novelista israelí Amós Oz, que el año pasado, al recibir el premio Príncipe de Asturias, se autodefinió como un "pacifista pragmático". ¿Qué significa eso? Pues no darles la razón a unos ni a otros de manera tajante, vale decir, simplista. "Ahora ya no interesa quién la tiene -dijo el escritor, nacido en un kibbutz que jamás ha abandonado-. Los intelectuales progresistas europeos odian las películas de Hollywood porque lo representan todo en blanco y negro, los chicos buenos y los chicos malos. Pero cuando se ocupan del Medio Oriente, enseguida quieren determinar quiénes son los buenos y quiénes los malos. La izquierda a la que represento difiere mucho de la izquierda europea. En Oriente Medio los israelíes y los palestinos viven una tragedia, no una película del Oeste. Los palestinos llevan adelante una causa muy dura y lo mismo pasa con los israelíes. Ambos, palestinos e israelíes, están viviendo ahí y ninguno tiene otro lugar al que ir. Ninguno. Hay que llegar a un compromiso. No existen los buenos ni los malos en esta historia ni tampoco se avecina para nadie un final feliz. Quiero imaginarnos a mis compañeros y a mí vestidos con batas blancas como las de los médicos en la sala de urgencias, donde lo único importante es ayudar".

Frente a la tentación de la guerra, David Grossman, otro gran escritor israelí representante de la corriente pacifista, habla de "contenerse apretando los dientes". Lo que se debe poner en práctica, sostiene, es lo contrario del reflejo que consiste en obedecer al consabido "ritual": Israel recibe golpes de Hamas, golpea a su vez y se empantana en una confrontación sin salida. Justamente en la medida en que su fuerza militar resulta aplastante en comparación con la palestina, Israel tiene que "poner candado" a las armas para evadirse del ciclo de violencia y destrucción. "Si en julio de 2006, después del secuestro de nuestros soldados a manos del Hezbollah -agrega el padre de un joven soldado muerto durante esa guerra-, nos hubiéramos contenido y proclamado un cese del fuego durante cierto tiempo, para dar lugar a las tentativas de arbitraje, quizás la situación habría sido completamente diferente de la que conocemos hoy".

Determinar si los que piensan lo mismo en su país son pocos o muchos depende de la importancia que atribuyamos a esa actitud. Son pocos en relación con el inevitable crecimiento de la derecha belicosa, que se hace el caldo gordo en períodos guerreros, cuando los miedos triunfan (la victoria de Netanyhau y la ascensión de un inmigrante ucraniano recientemente llegado al país, Avigdor Lieberman, fundador de un partido de extrema derecha, ferozmente antiárabe, que propicia la "dinámica de la escalada", lo demuestran con creces), pero muchos si se considera el coraje necesario para expresarse en medio de la contienda.

Durante esa contienda, quinientos habitantes de Sderot, la localidad sobre la que llueven los cohetes desde Gaza, han firmado una petición al gobierno israelí de cese del fuego y una nueva tregua con Hamas. Según Ank Yalin, vecino de Sredot y miembro de este grupo denominado Una Voz Diferente, que mantiene relaciones con habitantes de Gaza, más de 1800 israelíes y palestinos han firmado el reclamo. "Es importante para nosotros -dijo- hacer oír una opinión representativa de numerosos habitantes que viven al alcance de los tiros, que han vivido durante 8 años una situación muy dura, pero que creen en una solución pacífica. Al fin de cuentas, se terminará por llegar a un acuerdo; la única pregunta es cuántos inocentes van a morir mientras tanto". En la vereda de enfrente, Hakim Hassona, de Gaza, saluda la iniciativa en forma similar a la de Amós Oz: "¿Por qué utilizar la violencia si en esta guerra no hay vencedores? El hombre de la calle quiere vivir en paz". En Beer Sheva, también alcanzada por las bombas palestinas (donde vive desde hace años mi prima Moncha con su marido Luis, ambos cordobeses), Nevé Gordon, director del Departamento de Política y Gobierno de la Universidad Ben Gurión, piensa igual: "Recién, hace menos de una hora, cayó un cohete a pocos metros de mi casa -le dijo a la periodista Amy Goodman-. Mis dos hijos duermen desde hace una semana en un refugio antibombas. Y aún así, creo que lo que está haciendo Israel es una atrocidad".

Las pacifistas israelíes saben muchas cosas más, por ejemplo que, a efectos de la propaganda, tanto israelí como antiisraelí, ellos resultan inclasificables, luego incómodos. Por otra parte, también sospechan que buena parte de la extrema izquierda, cada día más próxima a la extrema derecha (negacionismo incluido), anda en vías de sacarse la careta. Prueba de ello es la ejemplar historia de un humorista francés como Dieudonné que, tras haber fundado un partido, France Palestine, al que varios de mis amigos franceses de izquierda se afiliaron, ahora le ha pedido a Le Pen que sea el padrino de su hijo, y aparece en escena junto a un actor vestido con la ropa de Auschwitz, a la que llama, amablemente, "traje de luces".

Botella al mar, una militante israelí de extrema izquierda ha escrito una desgarradora carta abierta que he leído en Internet: "No somos eficaces porque, para no sabotear el ánimo de los soldados, en Israel los medios se niegan a difundir nuestras acciones. ¿Pero los medios de afuera por qué no nos apoyan? ¿Tan difícil les resulta mostrar que no todo es blanco y negro, o es que no pegamos con las bellas mociones antiisraelíes ? Hoy tengo miedo: en Israel me consideran traidora, y en cuanto dejo Israel soy israelí, léase una ocupante de derecha". La carta plantea el tema fundamental para todo acto que se ubique en medio de unos y otros: la eficacia. A lo largo de la Historia, quienes se han puesto en el lugar del otro siempre han pesado poco porque han sido los menos. Al mismo tiempo puede que la Historia sólo avance gracias a ellos.