jueves, 5 de marzo de 2009

Sobre la conocida avaricia de los judíos.

¿Porqué dicen los que dicen que los judíos somos avaros?
Es que en el destierro, en Babilonia, adonde nuestra única riqueza era el recuerdo de la patria perdida, ¿no fuimos acaso capaces de compartirla hasta con nuestros propios sometedores, fundando en esas tierras la más notable escuela del pensamiento de la época?
Y en Egipto, ¿no compartimos la esclavitud con africanos y asiáticos, idólatras y paganos, así como compartimos con ellos el hambre y las pestes?
Bajo sirios, griegos, romanos y turcos, ¿no fuimos capaces de compartir la misma falta de libertad con otros pueblos conquistados y sometidos por esos invasores ?
En la losa de Sevilla y en los demás quemaderos de la inquisición ¿no compartimos los más preciados tesoros - nuestras creencias y nuestra fe- con todos los otros amordazados y quemados del mundo?
En Polonia, en Ucrania, en Rusia, en Francia, cuando curas fanáticos y cosacos borrachos de sangre empujaban a las multitudes ignorantes a celebrar infinitos pogroms ¿no compartíamos con esas mismas multitudes el ser tratados como bestias por los señores que reinaron durante siglos?
Y en Treblinka-bendito sea el nombre del Señor- y en Auschwitz-bendito sea el nombre del Señor- y en Bergen Belsen y en Mauthausen y en Maidanek- bendito, bendito sea el nombre del Señor- ¿no compartimos la misma catástrofe con gitanos, católicos, homosexuales, comunistas, pensadores y otros santos indeseables?
Y en los años más oscuros de la Argentina, ¿no compartimos los judíos con otros niños, jóvenes, mujeres y ancianos el trágico honor de constituir la más alta proporción entre los torturados, asesinados y desaparecidos?
Digo todo esto, porque tanto cuando perdimos el templo, como bajo el faraón, los emperadores y los inquisidores, cuanto en los ghettos del mundo y en los campos de exterminio y en las cárceles de las dictaduras, despojados de bienes físicos, incluyendo el más sagrado-la vida- nos tocó compartir la única posesión que nos quedaba con todos los que sufrían a nuestro lado: nuestra identidad de judíos, la única riqueza permanente e inmutable que tuvimos y tendremos.
La misma riqueza que compartieron un Cohen de Bulgaria con un Kahn de Berlín con un Sacerdoti de Ferrara; la misma que une para siempre a un Levi de Aleppo con un Levinas de Vilno con un Escribano de Toledo;
la misma riqueza eterna que desean destruir-en vano-quienes nos han perseguido y nos siguen persiguiendo no porque seamos lo que ellos dicen que somos, sino porque siempre hubo, hay y habrá judíos insobornables frente al dolor ajeno.
Esa generosidad inapreciable, que no avaricia, constituye- quizás- la base de la identidad judía; viva e intacta no sólo por nuestra historia o nuestras convicciones religiosas, o su falta, sino por la certeza de que ella existe en nosotros, en mí; que existe en los millones de judíos orientales, occidentales, rubios o negros, creyentes o ateos, pobres o afortunados; porque nuestra identidad judía fué construída durante cientos de generaciones con una argamasa única entre los pueblos de la tierra: la solidaridad de quienes, a pesar de parecer tan distintos, somos tan iguales.
Y que igual de iguales tenemos que considerar a los demás.

2 comentarios:

Anónimo dijo...

Nunca este concepto fue tan maravillosamente expresado Jorge.
Me enorgullezco de haberte encontrado y leerte a menudo. Muchas gracias de corazón.

jorge schussheim dijo...

Muchísimas gracias a vos, Haydee Lin. De a poco habrá más.